Vuelven Las Migas, con un nuevo trabajo que presenta canciones alegres que duelen, canciones tristes con las que reír.
Este es un disco que hay que celebrar. Si alguna vez la etiqueta ‘nuevo flamenco’ tuvo un sentido es en casos como este: donde el flamenco, a la vez alegre y profundo, se encuentra con la melancolía de las músicas europeas. Es también música popular, para cantar y llorar en las calles. Imagina uno a Las Migas cantando a la ribera del Mediterráneo o escondidas en los tablaos. Armando un follón grande, con sus guitarras, sus violines y sus gritos. Grabado en Madrid, muy lejos del mar donde ha sido imaginado, en “Las Migas” el quejío de Alba se encuentra con las complejas estructuras de las guitarras de Isabelle Laudenbach y Marta Robles y con el tenso, hermosísimo violín de Lisa Bause. Abre el disco la sofisticada, emocionante versión de “Con Toda Palabra” de Lhasa de Sela que pone los pelos de punta y avisa del material emocional del disco: los amores que han acabado, las noches en blanco, extendido el cabello sobre las sábanas, sin poder dormir. Las cosas se ponen serias: los trenzados líricos de las guitarras en “Caminito de tus brazos”, sobrecogen; como también sobrecoge la voz de Alba, esa entrega romántica, desnuda.
Conforme avanza el disco, se van encontrando la poesía (Alberti en la energía de “Dime que sí”) con la canción latina (la profundísima, intensa “Sentida Canción ” -original del venezolano Henry Martínez-) o con el cante más puro, más seco (“La Guitarrina”). La voz de Alba brilla, expresiva, en la maravillosa “Zambra”, apoyada tan solo por la tensión irrespirable del violín; para después acercarse al folk en su apropiación (deconstruida, nocturna) de “La Lluna” de Serrat. Aunque la cima del disco es “Larga Vida al Loco”, con un violín en el que perderse y una letra (sobre la locura a la que puede conducir el fin del amor y, aún peor, de la pasión) en la que enredarse una y otra vez. Le siguen las percusiones de “Me Mueve el Aire”, concediendo un respiro con su canto de reivindicación femenina, independiente, de taconeo y “cara láva”. Y para acabar, para despedirnos, de nuevo la sencillez alegre, mediterránea y melancólica, de “Soñé”, en la que, inevitablemente, cerramos los ojos y sentimos, sobre la piel, la sal. O, aún más terrible, como el recuerdo del beso del amante en lugar del beso, el recuerdo de la sal en la piel.